Los anteojos y el mar

Historia real, para alentar la mirada.

La vida se conforma de momentos, buenos, malos y neutros. Y las personas que todo el tiempo pensamos en crear, permanentemente estamos buscando inspiración, en las cosas que vemos, olemos, tocamos, sentimos… Aquí una historia de inspiración, con el mar como protagonista.

* * *

Había una vez un hombre que le tenía pavor al agua. No a la que se bebe ni a la de la ducha, aclaremos de una vez; sino a la que se junta para formar cuerpos ya sea inmóviles, ya sea en inquietud interminable. Creía que los mares insondables, las lagunas perezosas y los ríos presurosos no le tenían ningún afecto, y por no ser (como temía) atrapado por ellos, este hombre tomaba siempre precauciones para poder mantenerse lo más lejos posible de esos cuerpos líquidos, aunque no siempre resultase fácil. En las piscinas se aprovechaba siempre de la escasa profundidad para jugar a estar dentro de una gran bañera, pero en cuanto al mar, solo pensar en adentrarse unos pocos pasos más  allá de donde rompían las olas en la playa le llenaba del terror de verse tratado por ellas como un pececillo por un tiburón furioso.

Este hombre que llamaremos Seco (no por flaco, sino por poco acuático) resultaba estar casado (paradoja perfecta) con una mujer que en el agua se sentía, literalmente, como pez. Desde pequeña adoraba nadar y podía ser la más dichosa durante horas en la alberca. Pero donde realmente estaba en su medio, era en el mar; y a tal punto, que el seco de su marido notó, desde que eran novios e iban de vacaciones al océano, que nada más acercarse a la costa ella se iba transformando en una cosa rarísima y marítima, y por consiguiente muy feliz. Con soltura se adentraba desde la playa en las aguas y jugaba, nadaba y se sumergía entre las olas, interrumpiéndose solo para avistar peces o buscar conchas en la arena. Por consiguiente, cuando el marido Seco y la esposa Marítima tuvieron un hijo, no le costó nada a ella convencerlo de que lo más sensato era que el pequeño aprendiera a nadar, lo que hizo pronto gracias a una maestra buena y paciente. Desde entonces, cada vez que la familia iba al mar, el señor Seco se quedaba parado en la orilla viendo cómo su mujer y su hijo jugaban lejos entre la espuma a ser tiburones, ballenas, tortugas, sirenas y demás súbditos océanicos. Llegó la cosa a tanto que cuando su hijo creció, sus amigos de la escuela, por una extraña y poco ortográfica coincidencia, lo llamaban “Pes”.

Todo esto viene a cuento porque un buen día hace poco Seco, Marítima y Pes se tomaron un descanso de unos pocos días junto al mar. Por una feliz circunstancia, les tocaron unos días de clima suave y, sobre todo, una playa mansa como un cachorro, tan llana que desde ella se podía entrar en el mar y caminar mucho más allá del punto en donde rompían las olas sin que el agua le llegase a uno más arriba de la cintura. Pes, que puede ser tan tozudo como el mar que bate contra las más duras peñas por siglos hasta que logra quebrantarlas, insistió mucho a su padre para que por una vez dejara sus temores acuáticos allá lejos bronceándose en la playa, y se adentrara mucho más en el agua. Seco, precavido pero divertido, aceptó y el resultado fue que pasó un rato muy amable con su familia. Tanto, que al otro día se animó más fácilmente a meterse al mar con Pes, mientras Marítima leía ajeno, es decir, trabajaba en correcciones de sus alumnos. Otra vez la marea estaba baja, aunque quizás las olas fueran un poco más altivas ese día.

Susto se llevó Marítima cuando frente a ella apareció Seco, en realidad empapado, enfadadísimo… y sin lentes. Porque no hemos dicho hasta ahora que parte del temor de meterse al mar era su mala visión, digna de un pez de las profundidades oceánicas, y que podía superar sólo con sus anteojos bien puestos. Ella lo supo inmediatamente: el mar habría olido su miedo, y había mandado a una ola a robarle los lentes. Se aceleró el corazón de Marítima y la preocupación le inundó la cabeza: ¿cómo podría Seco leer aquel libro que tanto comentaba? ¿Cómo conduciría a la vuelta a casa? ¿Cómo podría conectarse a la procastinación de las redes (sociales)? Pero lo que más miedo le daba a ella, era perder el terreno ganado el día anterior, y que Seco ya no disfrutara del mar.

En realidad mucho de esto lo pensaba, ya metida en el océano, mientras le decía a Pes que buscaran bien, que caminaran por donde había ocurrido la pérdida. Pes estaba sorprendido del empecinamiento de su madre. El mar de esos lares arrastraba mucha arena más bien oscura con brillos dorados, y las olas hacían difícil ver el fondo. Era verdad lo que Pes decía, casi no se podía ver uno los pies. Pero Marítima aducía que podían sentir y caminaba y buscaba más con el tacto que con la vista. Pes no se cansaba de repetir, tozudamente, que era tarea imposible encontrar unos lentes en el mar con olas tan grandes en tan enorme playa (como una aguja en el pajar que se moviera constantemente). Ella intentaba convencerlo de que siguieran buscando. Convenció a Pes, ya rendido, de que por lo menos propusiera a Seco que compraran algún visor para facilitar la tarea.

Ya sola pensaba: “Mar, por favor, quiero que Seco te ame como yo, y ahora no sería posible”. Cuando su pensamiento se diluía en la orilla también pensaba cosas como que siempre había creído, y quizás bromeado con su padre (su maestro de natación y salto de olas), en que al mar le gustan los tributos o sacrificios, y que tal vez éste sería el de Seco. Entre ola y ola y pensamiento y pensamiento le pedía a todos los otros seres que encontraba gozando del mar que le ayudaran a buscar los lentes. A unos muchachos que estaban cerca cuando Seco los perdió les pidió que si sentían algo pensaran que sin lentes Seco tampoco podía ser terrestre. A los chicos de otro país que jugaban con su padre, les pidió que si los veían los sacaran, aunque la vieran como loca.

Entre tanto Pes volvió fastidiado con la noticia de que Seco decía que lo olvidaran. Decían que después de todo los lentes estarían dañados o rotos, con todo y sus micas oscuras. Marítima se tomó tiempo para elaborar el asunto de la ofrenda al mar. Cuando salió, Seco y Pes estaban ya asumiendo las consecuencias. Marítima propuso que consiguiran en la óptica la prescripción para tratar de mandar a hacer unos lentes nuevos, lo más pronto posible. Seco podía usar entretanto unos anteojos viejos, pero estaban rotos y en casa, por lo que era importante adelantarse. Le confesó a Seco su miedo de que odiara al Mar. Le contó de las ofrendas. Hablaron de cómo podría ayudarlo. Entre una idea y la siguiente le pidió que fueran de nuevo a la playa a ver si había suerte, a lo que se negó Seco, alentado por Pes.

Marítima buscaba ideas para contrarrestar el sentimiento de enfado de Seco contra sí mismo, porque decía que era su culpa por haber desafiado su estado anti acuático. Eso menos le gustaba a ella, no quería que ni él ni Pes pensaran en que era mejor no arriesgarse. Con un sentimiento en el corazón le pidió a Seco que fueran a caminar para platicar. Pes quiso acompañarlos. Los guió hacia la playa.

Seco aceptó caminar aunque tenía pocas o ningunas ganas de verse otra vez las caras con el mar que se había burlado así de él; incluso si en realidad sin anteojos no vería mucho más allá de sus narices. La verdad es que Seco estaba tan contrariado que no quería saber nada acerca de nada. Por eso cuando dos chicas aparecieron repentinamente frente a ellos hablándoles se sorprendió como si hubiesen brotado del suelo. Por supuesto, si no hubiera estado con un humor de no querer saber nada acerca de nada, habría sabido que una de ellas era la esposa de uno de los jóvenes con los que Marítima había hablado momentos antes preguntando por los anteojos. Pero la sorpresa de Seco pasó a ser asombro cuando las chicas le preguntaron si unos anteojos que sostenían en las manos eran por casualidad los que él había perdido. ¡Y lo eran en efecto! Seco no podía explicarse cómo era posible que sus anteojos hubieran resurgido de entre las olas, enteros y además sin prácticamente un rasguño tras haber dado seguramente muchas vueltas entre la arena y los pies de muchos bañistas. Sin atinar más que a decir gracias de todo corazón y a hacer reverencias a las chicas que con tanta amabilidad y buen sentido les habían buscado para regresarles los lentes, Seco se los puso y se despidieron de ellas. Y tras dar unos pasos, y ante la mirada de Marítima y Pes, el exultante Seco ejecutó una, más que grácil, graciosa danza de gratitud en honor de las divinidades marinas, como seguro no se había visto en esas playas desde tiempos paganos.

Poco después Seco, Pes y Marítima volvieron a casa, pero llevando consigo, además de los lentes, una gran enseñanza: puede ser que lo que busques o deseas sea tan inasible y grande como el mismo mar, pero también lo es que si eres tenaz y buscas, y no paras de perseguirlo, tal vez en el momento menos esperado llegue a tus manos.

 

Buena cosa empezar así el año.

 

Copiloto y Piloto de vuelo,

 

Iván y Paula

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